
Cuando somos amistades cercanas o familiares de personas que han vivido experiencias traumáticas como una agresión sexual, es muy probable que nos sintamos revueltas, tristes o indignadas queriendo ayudar, pero sin saber exactamente qué hacer o qué decir a la persona querida. Debido a esta cultura machista, incluso hay quienes hacen comentarios desafortunados que las culpan de lo que pasó y justifican al agresor, profundizando aún más sus heridas.
Para saber cómo apoyar a otra persona es importante entender qué es una experiencia traumática, cómo la vivimos racional, emocional y físicamente, y qué podemos hacer si no somos profesionales de la salud mental, según explica Ana Arizmendi, sicóloga y sicoterapeuta mexicana enfocada en trauma, feminismo y alimentación.
En Nicaragua, en contextos como el nuestro, con tantas víctimas de violencia sexual que prefieren no denunciar ni buscar ayuda, las explicaciones y recomendaciones de Ana son tan valiosas que animamos a escuchar la charla completa Cómo apoyar a una persona que vivió trauma. De todas maneras, a continuación presentamos la primera parte de las ideas más relevantes de su exposición:
- Para una persona que ha vivido una experiencia traumática, cuando la comparte y no le creen, minimizan lo que vivió, se burlan o la culpan, no encontrar apoyo en quien debería ser una fuente de seguridad, puede ser incluso más traumático que el evento mismo.
- Para aprender a ser red de apoyo y saber responder, debemos entender que una experiencia traumática es aquella que no solo es estresante, sino que nos puso en riesgo y rebasó nuestra capacidad física, mental y emocional para hacerle frente.

Hay tres características de una experiencia traumática:
- Amenaza nuestra sobrevivencia (o así lo sentimos): está en juego nuestra salud, integridad o vida. Nos hace sentir profundamente inseguras y en peligro.
- Pérdida del poder: es sentir que no hay nada que podamos hacer, que no tenemos recursos para evitar o hacerle frente a lo que nos está pasando.
- Sensación de soledad: en este momento estoy sola y no hay nadie que pueda ayudarme ni a quién recurrir.
Por ello cuando alguien nos cuenta una experiencia traumática que acaba de pasar o pasó hace tiempo, hay que apoyarla en estos aspectos, e incluir dos puntos para fortalecer nuestras capacidades como red de apoyo:
- Ayudar a que la persona restablezca un sentido de seguridad.
- Ayudar a que recobre el poder, apoyándola para que tome decisiones sobre su proceso.
- Acompañarla, hacerle sentir que no está sola.
- Educarnos y asesorarnos
- Autocuidarnos
El punto de partida: cómo funcionan los traumas
Un trauma es una herida duradera física o sicológica que puede ser provocada por variadas situaciones. Cuando los traumas no son tratados se convierten en eventos que no han sido digeridos, es como consumir una comida pesada que nos impide movernos. Un trauma altera el funcionamiento de nuestro sistema nervioso. No es solo una emoción intensa o un recuerdo desagradable ─esos son síntomas del trauma─, lo que está operando realmente es que todo el sistema nervioso está alterado. Esto no es algo que la persona va a superar nada más por querer, ni tampoco el tiempo cura el trauma: lo entierra, pero no lo cura.
Sin importar si acaba de ocurrir o pasó hace años, para el sistema nervioso, el trauma está ocurriendo ahora. Una característica de una experiencia traumática es que se queda congelada en el tiempo, y cuando algo la dispara o regresa, la persona lo vive como si estuviera ocurriendo en el presente.

Al vivir una experiencia traumática se activa una respuesta al estrés al máximo: su cuerpo estará bajo un torrente de adrenalina y hormonas que la van a mantener en estado de shock y de alerta. En momentos como este las funciones de la corteza prefrontal de nuestro cerebro están inhibidas. Estas son las encargadas de reflexionar, integrar el conocimiento, tomar decisiones, ser creativas para encontrar soluciones o frenar impulsos; pero en este momento su cerebro está en modo sobrevivencia, las regiones activas son el sistema límbico y la amígdala, encargadas de ponernos a salvo.
Por eso es natural que en un primer momento la persona no recuerde bien qué ocurrió, se sienta confundida, esté sensible y cualquier estímulo la asuste. Por eso no es el momento para pedirle que cuente todo lo que pasó o juzgarla diciéndole cómo es posible que no te acordés, por qué no te fuiste, por qué no dijiste que no… Esos son juicios y no es ayudar a que la persona se sienta segura. Si la persona no corrió, no gritó, no dijo que no, es porque no pudo.
Por qué se quedan ‘congeladas’
Cuando nuestro sistema de alerta se activa para defenderse de la situación, verá si puede huir o pelear, pero cuando no es posible ─o ya lo intentó y no pudo ponerse a salvo─, entonces puede paralizarse, congelarse y desconectarse de la realidad. Para quienes han vivido mucha violencia física, mucho dolor o hay abuso sexual, cuando sienten que no hay escapatoria, se ‘congelan’.
La capacidad de sobrevivencia de nuestro cuerpo lo que hace es: Me voy a desconectar para no sentir ese dolor, y por eso comienza a segregar un torrente de endorfinas para realmente anestesiar al cuerpo, no desmaye del dolor y aguante. Esto incluye una desconexión de las sensaciones del cuerpo: No quiero sentir nada, ni estar consciente de lo que percibo a través de mis ojos o tacto porque es demasiado para mí. Nuestro cuerpo así opera, por tanto, no podemos juzgar a una persona por lo que hizo o no porque no está decidiendo conscientemente. Es nuestro cerebro más primitivo reaccionando de la mejor manera que puede.

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